El rasgo fundamental del espectáculo moderno es la puesta en escena de su propia ruina». Así se expresaba Guy Debord en 1959. Lo que desde entonces parece claro es que -aunque las ruinas siempre ocupasen un lugar en la reflexión teórica y en la sensibilidad artística- el devenir histórico cercano ha abocado a la humanidad y a la vida en la Tierra hacia ese horizonte extraño.