Le Corbusier compartió el espacio y el tiempo con los surrealistas, el inquieto París de la posguerra (1920/1930). Pero también las técnicas productivas con las que estos inundaron el ambiente social, intelectual y cultural de la ciudad: la afición por desplazar objetos y conceptos en el espacio y en el tiempo fuera de su lugar de origen, forzar la aproximación de realidades dispares y ajenas, o manipular estructuras estables -como el lenguaje, el marco, la geometría, la anatomía o el espacio doméstico- para erosionar sus fundamentos.